Los viajes a los Santos Lugares están constatados desde los primeros siglos del
cristianismo. En la segunda mitad del siglo XIX, España anima la organización de
algunos viajes a las tierras bíblicas en los que participan viajeros provenientes de
España e Hispanoamérica.

El gran impulsor de esta iniciativa fue el empresario y político vasco José María
Urquijo Ibarra, que contó con el apoyo de prelados hispanos y americanos, contando con el beneplácito papal y el de la monarquía. Entre 1902 y 1914 se llevaron a cabo 8 viajes los cuales se convirtieron en auténticas expediciones. En cada una participaron más de 200 personas que constituían la élite del momento. No fue hasta después de la Primera Guerra Mundial que se retomaron de nuevo, denominándose como Peregrinaciones Hispanoamericanas, las cuales se mantuvieron hasta los años 50.

En su excelente organización colaboró la Orden capuchina, la Orden franciscana y los diplomáticos españoles en Jerusalén, el Conde de Ballobar y Pablo Jaurrieta. La presencia de periodistas, cronistas, fotógrafos y filmadores supuso una gran difusión en su momento y la conservación de un legado de imágenes excepcionales que exhibimos por primera vez en esta exposición.

La ruta que seguían era la siguiente: Tierra Santa, Mesopotamia, Egipto, Turquía,
Líbano, Túnez, Chipre, Malta y Roma, en donde terminaban con una audiencia privada con el Pontífice. Durante los viajes, los peregrinos viven numerosas aventuras y conocen estas tierras vinculadas a la historia bíblica en un momento en el que inician las grandes exploraciones a Mesopotamia, Egipto y tiene lugar el descubrimiento de la tumba de Tutanjamon.

Estos intercambios llevarán a la Fundación del Colegio del Pilar y la Casa de Santiago en Jerusalén (el Instituto Español Bíblico y Arqueológico en Jerusalén), y a potenciar los museos bíblicos de España. El centro del viaje era el Vía Crucis por las calles hierosolimitanas. Esas enormes cruces se traen a Europa y América y quedan como memoriales de estas grandes hazañas.